Entró en el bar sin saber muy bien porqué, con la esperanza de que dejara de llover y pudiera llegar a su casa sin recibir una ducha de agua fría por el camino.
Dicen que el sentido más fuerte de todos es el olfato y lo primero que percibió al entrar en el bar fue su olor. Ese olor tan característico de colonia masculina, humo de tabaco y un deje de bordería que se podía percibir hasta en el aire.
Se propuso mantener la actitud de siempre, pero al girarse y ver que él había dado rienda suelta a su ardiente mirada, un tanto inadecuada dada la situación, no pudo más que responderle con una sonrisa que abría todas las puertas a la imaginación.
Con poco menos que una invitación de cabeza se sentó a su mesa, intentando pensar en las razones reales por las que hacia aquello, y no en las que su mente de veras quería oír.
Así, casi sin darse cuenta y olvidando lo inapropiado de estar allí, sentada con él, en un bar muy cercano a donde todos les conocían, se dejó llevar un poco más por su embriagador olor y por sus ojos, antes de sumergirse en una conversación banal que llevaba a un punto fijo, al que ambos querían llegar.
Realmente era un problema esa atracción irracional que sentía, tanto por la posición que cada uno debía ocupar como por la diferencia de edad. Rechazando el cigarrillo que le ofrecía, reaccionó con una sorpresa muy cercana a la satisfacción a las contestaciones claras y directas que él le daba. Y siguió con su juego deseando que diera un paso más, olvidándose de las posibles consecuencias de lo que pedía mentalmente.
Llevaba meses deseando oír aquellas contestaciones, esas palabras que la hacían diferente a sus ojos del resto y por las que los sentimientos que le arrebataban la razón ya no parecían tan descabellados. Sabía que no estaba bien, que era imposible y que deseaba hacerlo más que cualquier otra cosa en aquel momento.
Un cuarto de hora después había dejado de llover y salían del bar volviendo a ocupar sus roles: ella, su alumna recién graduada y él, un profesor que continuaba en el mismo lugar. Y tras el beso de despedida de rigor, se separaron de la atracción contra la ciencia que producían los dos polos opuestos sabiendo que lo que no tenía que pasar, aún podía llegar a ocurrir.
12 de julio de 2008, 22:10 �
Un relato interesante, me ha gustado ese "no puede pasar, pero podría pasar"...
si me aceptas la crítica (siempre constructiva, ya lo sabes), he advertido un nímio detalle a retocar. escribes: "...y por las que los sentimientos que sentía ya no parecían tan descabellados." La proximidad entre "sentimientos" y "sentía", aunque no sea una repetición en toda regla, al lector se lo parece, al menos a mí, aunque sólo sea por cuestión fonética. Trata de buscar un sinónimo para una u otra palabra (sentimientos por emociones, o sentía por "le arrebataban la razón", por ejemplo). Lo dicho, sólo un detallito menor, el texto está muy bien construído y la sensación de quedar en el aire me encandila. A menudo, abusamos de las conclusiones que lo explican todo, pero en ocasiones esa sensación de que las cosas quedan "en suspenso" dan fuerza al relato.
Un abrazo!!!
13 de julio de 2008, 10:43 �
Menos mal que alguien se atrevió a comentar ^^. Muchas gracias por la crítica, tomo tu palabra y hago ese cambio. A veces al releerlo cuando lo has escrito tú eres incapaz de percibir esas cosas. Un abrazo!
16 de julio de 2008, 23:40 �
La verdad es que no supe de qué iba exactamente la cosa hasta que leí el último párrafo, y eso me gusta ;-)
Porque hasta que llegas ahí te haces pajas mentales para saber de qué se habla!
Me ha gustado :-)
18 de julio de 2008, 20:35 �
AAAAAAGGGGGGGGGHHHHHHH!!!!!!!
Buen lenguaje.
Acuérdate de cambiar el "me".
-->ANYTA<--
29 de agosto de 2008, 12:54 �
Me pregunto si Ana y yo estabamos prensando en lo mismo al leerlo, ejem ejem!
Un beso!