Había apostado que desaparecerías y yo seguiría aquí, de pie, pero he conseguido marcharme antes. El tren traquetea sospechosamente para ser tan nuevo, pero quizá son las vías, el tiempo, mi ansiedad... Han sido tantas experiencias que ahora me evitan el dormir. No quería pensar en si era lo correcto, en si debía quedarme o si ya debería haber huido hace ya mucho tiempo, a la primera oportunidad.
Lo cierto es que sé que me seguirás allí dónde vaya, como un imán del que no puedo separarme, en el que no puedo dejar de pensar ni cuando creo que ya no existes. Me da igual porque creo que hay esperanza, que hay un futuro, y podría llamarte y contártelo, explicarte que he hablado con alguien que sabe qué significa todo esto, todo este olvido, toda esta incomprensión y pérdida, pero no sé si las llamadas siguen teniendo sentido en nuestro mundo.
Mientras tanto, durante días, creí que habías desaparecido, con tus planes nuevos y tus viajes lejanos, pero siempre consigues volver y hacer que el tren se pare en todas las estaciones aunque sea directo. Y cambias de rumbo y yo contigo, atada, sin control, sin importarme, porque sé que es tu carácter. Cuando lo pienso y te ignoro, pienso en quién se ha ido, en quién se ha perdido y al que no volveré a ver aunque el plan era que estuviera aquí en un mes.
Entonces, sólo entonces, tengo tanto miedo de perderte a ti también que me bajo del tren y te llamo para saber donde estás, si quieres acompañarme o si más bien yo he de seguirte. Y todo el avance que había conseguido huyendo lo pierdo en un momento. Nuestro tira y afloja de siempre.